lunes, 25 de julio de 2011

Lo importante de las cosas sin importancia


.Alguna vez le escuché decir al recordado Constantino Carvallo, en un panel sobre fútbol y medios, organizado por la UCSUR, esta frase de Jorge Valdano: “El fútbol es lo más importante de las cosas sin importancia”. He pensado en esa paradoja al ver jugar a la selección peruana de una manera que ya había perdido la esperanza de volver a ver. El fútbol puede que no sea un asunto de importancia en sí mismo, como dice Valdano, pero vaya que tiene el poder de cambiar el ánimo de millones de personas. En ese sentido, hay que tomarlo profundamente en serio.

Cuando Francia ganó la copa del mundo, por ejemplo, el impacto que este resultado tuvo en la economía del país fue considerable. Alentados por un resultado que les insuflaba confianza en sí mismos y optimismo en sus posibilidades como comunidad multicultural (el equipo de Zidane, de origen argelino, se caracterizaba por ser tan tricolor como su bandera), la gente se lanzó a tomar decisiones audaces y abandonó un conservadurismo moroso, propio de las actitudes depresivas. Pero como puede advertirse en el párrafo, las consecuencias benéficas no fueron solo económicas.

La integración de grupos sociales y étnicos diversos fue vista por todo el país como una meta alcanzable y, lo más relevante, en la que todos salían ganando. Por razones análogas, y salvando las distancias, el triunfo por un puntaje abultado de Perú contra Venezuela constituye un paso significativo en ese proceso de inclusión social que todos coincidimos, por una vez, en identificar como el principal desafío actual de nuestra comunidad nacional.
El haber pasado de ser los últimos a quedar terceros en la copa América es un salto que no debe exagerarse, pero tampoco subestimarse.

La alegría que produce poder identificarse con un grupo de luchadores, en base no al brillo deslumbrante de estrellas como Messi o Neymar, sino al trabajo de conjunto, la lucidez respecto de las propias limitaciones y al mismo tiempo el deseo desinhibido de victoria –cuántas veces el miedo de ganar, la angustia de castración, nos ha quemado el pan en la puerta del horno– va mucho más allá de la cancha.

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El valioso trabajo de Sergio Markarián y sus colaboradores ha permitido que este grupo de muchachos dé lo mejor de sí mismos. Es marcado el contraste con Argentina. Un grupo maravilloso de jugadores, en su propio país, se vio aplastado por un conjunto de expectativas desmesuradas.

Lo extraordinario de la trayectoria de la selección peruana es que en base a realismo, trabajo y amor por su identidad, obtuvo el mejor resultado posible. Por eso sí es digna de ser celebrada esa medalla de bronce. Como pocas veces o acaso ninguna en el caso de la generación de mis hijos, que ya estaban hartos de escucharme decir que el Perú tuvo un gran equipo en la era Cubillas, hemos visto a un grupo dejar el alma en la cancha y lograr resultados.

Es afortunado que esto haya ocurrido en plena transición de Gobiernos. A ver si el Presidente Humala y su equipo se inspiran en la seriedad, planificación y carácter de Markarián, así como en el soberbio desparpajo de Paolo Guerrero, alumno de Constantino en Los Reyes Rojos.

Por Jorge Bruce


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