miércoles, 29 de junio de 2011

Periodismo entretenido

Por Augusto Álvarez Rodric

La censura a Rosa María Palacios debe convocar la protesta del periodismo decente.


El Grupo El Comercio volvió a utilizar ayer su guillotina harakiri –que sirve para cortarles la cabeza a los periodistas que se atrevan a ejercer el oficio con decencia, a la vez de seguir cercenando su ya escasa reputación– cuando le comunicó a Rosa María Palacios que, usando la mayoría que ostentan en América TV, su contrato no sería renovado pues lo han pensando mejor y ahora prefieren “
un nuevo enfoque, centrado en contenidos de entretenimiento”.

Esta declaración constituye un camuflaje al no tener ni siquiera la entereza de reconocer que lo hecho con Rosa María –con la posición discrepante del Grupo La República, como manda la ética y la decencia– es un castigo y una censura a una periodista honesta, inteligente, valiente y con la independencia para no cejar en el esfuerzo por hacer del periodismo un oficio ético y digno.

Es ese estilo de ejercer la profesión el que el Grupo El Comercio ha querido castigar y censurar. Por un lado, como venganza por no haberse cedido a la pretensión de que Rosa María se convirtiera en el felpudo para promover e imponer la candidatura de Keiko Fujimori en la elección presidencial, con métodos basados en la mentira y en el desequilibrio informativo que van totalmente en contra de los principios elementales de lo que el periodismo debería ser, y de la manera lamentable como sí lo hicieron algunos medios de este grupo, como
El Comercio, Perú.21 y un programa de América TV.

Es un castigo, también, porque la desesperación de algunos –como el Grupo El Comercio– por lograr sentar otra vez al fujimorismo en Palacio de Gobierno los hizo caer en el grave error de creer que todo aquel que no atacaba a Ollanta Humala se convertía automáticamente en antipatriota.
Es lo que les pasa a los empresarios que cambian la razón por la billetera, y que solo conocen los valores que están en la bolsa de los ídem.

Pero, mirando hacia adelante, el despido de Rosa María –que es lo que en verdad implica la ‘no renovación’ de su contrato– es una
censura abierta y descarada.

Por supuesto que un empresario es libre de elegir a los periodistas con los que desea trabajar. Pero cuando decide dejar de contar con un equipo valioso como el de Prensa Libre, que había alcanzado un elevado prestigio y una rentabilidad estupenda –que es lo único que les interesa a los accionistas del Grupo El Comercio, pues los que están ahora al mando de esa nave sin rumbo entienden poco o nada de calidad periodística–, es evidente que la explicación debe buscarse en terrenos más complejos.

Podría ser que se trate de envidias y hasta de resentimientos de propietarios opacos que sienten la necesidad de despedir a sus mejores miembros –como, sin duda, lo era hasta ayer Rosa María en América– con el fin de recordar a todos que ellos son los que cortan el jamón. Pero hasta esa necesidad de reivindicación personal debería contenerse ante la evidencia de que están haciendo un mal negocio.

¿Cómo entender, entonces, esta decisión absurda incluso para los intereses comerciales de estos propietarios miopes a los que parece interesarles muy poco su reputación? Tengo la impresión, sustentada en la experiencia personal de haber atravesado por el mismo trance de Rosa María, hace casi tres años, de que lo que están buscando es redacciones periodísticas dóciles,
compuestas por robots a los que se les debe indicar qué hacer, a quién apoyar, a quién atacar, y todo sin dudas ni murmuraciones.

Son propietarios que ya no soportan la angustia de ir a cocteles donde sus amigos los cuestionan por el contenido de sus medios y no pueden explicar que estos cuentan con periodistas que piensan y opinan.

Por ello, han optado, como ya lo han hecho en otros de sus medios, por una planilla periodística de zombis que hacen lo que el dueño les indica, ni más ni menos, y sin pensarlo.

Es obvio que Rosa María Palacios no encaja en esa categoría de periodista que están buscando unos propietarios dispuestos a convertir el periodismo en el más vil de los oficios.
Es obvio, por ello, que su despido simplemente la enaltece y solo confirma la profesional inquebrantablemente decente que es.

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