Dado que los partidos políticos atraviesan por una profunda crisis, sus personajes más representativos resultan ser los recientes candidatos presidenciales, por lo que ante la proximidad de la segunda vuelta es conveniente el acercamiento de estos a los dos que han pasado a la final, para buscar acuerdos programáticos.
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De esa manera se podrán formar consensos sobre cuya base se enmienden los planes originales para adecuarlos a las exigencias del electorado, con el compromiso sincero de cumplirlos.
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Por ello, tanto Ollanta Humala como Keiko Fujimori tienen que hacer deslindes fundamentales para demostrar que respetarán la Constitución y se ceñirán a las reglas y principios del sistema democrático.
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Así, el primero debe hacerlo por sus conocidos vínculos con Hugo Chávez, quien se ha perennizado en la presidencia de Venezuela desde hace más de diez años, tras consolidar un gobierno autoritario, controlar la prensa y limitar la participación ciudadana opositora en el régimen.
La segunda, por su parte, enarbola ahora la bandera de su padre, Alberto Fujimori, defendiendo el autogolpe, asumiendo el activo y el pasivo de aquel gobierno autoritario, su corrupción, sin censurar enérgicamente la violación de los derechos humanos que se produjeron en aquellas épocas.
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Tanto Humala como Fujimori van a tener que hacer claros deslindes sobre las amenazas de autoritarismo y la falta de libertades que se ciernen sobre el futuro de nuestra nación, dado que uno de ellos ganará las elecciones. Hasta ahora, no terminan de convencer las declaraciones que ambos candidatos han hecho públicas.
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Será preciso que Humala sea más claro en cuanto a su compromiso de mantener la estabilidad macroeconómica, con las correcciones que sean necesarias para promover la inclusión social, pero garantizando que no se echará por la borda el crecimiento ininterrumpido logrado en estos últimos diez años ni se tocarán los fondos de las AFP.
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Igualmente, Fujimori tendrá que convencer al electorado que se respetará una economía de mercado sin supeditarla a los intereses político-partidarios, tal como ocurrió en los últimos años del gobierno de su padre, cuando este decidió buscar la inconstitucional re-reelección.
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La segunda vuelta en el Perú es una suerte de nueva elección. Lo que hagan o digan Ollanta o Keiko estará sujeto al escrutinio popular y será visto con un prisma distinto al de la primera vuelta. El pueblo no quiere radicalismos y está muy atento para oponerse a cualquier expresión que así lo deje entrever.
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Ambos finalistas, que juntos tienen 55% de la votación nacional, tendrán que adecuar sus planes de gobierno para captar el voto del 45% restante que optó por una alternativa distinta, pero no bastarán meros maquillajes programáticos, sino convencer al electorado de que, respetando su sentir, serán leales a lo que se comprometan en esta segunda vuelta, ya que el voto popular se irá hacia quien gane en credibilidad.
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El país quiere cambios, que además son necesarios, y no está dispuesto a entregar un cheque en blanco a ninguno de los finalistas y menos aun si estos no dan muestras de rectificar los errores del pasado.
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La ciudadanía será mucho más desconfiada en esta nueva elección, por lo que no bastarán declaraciones genéricas de los finalistas. El elector tendrá que estar convencido de que las propuestas modificadas y consensuadas son verdaderas y constituyen firmes compromisos con la ciudadanía.
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Humala deberá asegurar que no será una reedición de Hugo Chávez sino una actualizada versión de Lula da Silva y Fujimori tendrá que demostrar que será independiente de lo que pueda indicar su padre y que luchará duramente contra la corrupción, para que no se repita lo ocurrido en la pasada década de los noventa.
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