domingo, 1 de agosto de 2010

Un discurso egosintónico


01.08.2010

Por Jorge Bruce

Aunque sus ayayeros le juren que no debe preocuparse por su escasa popularidad y que la historia lo absolverá (tremenda jueza la Historia: ya lo absolvió del peor gobierno del que se tenga memoria en el Perú), es obvio que Alan García está obsesionado con un reconocimiento esquivo.
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Los ricos lo aplauden, pero un político experimentado sabe que esos aplausos son tan interesados como volátiles: ayer nomás endiosaban a Fujimori y mañana lo harán con su hija, si logra la proeza de llegar al poder con una sola idea, inspirada en una película cuya protagonista es una orca cautiva con la aleta caída.
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El discurso que pronunció el 28 en el Congreso fue una demanda de amor desesperado.
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Su tediosa enumeración de obras, un intento patético por convencer a las mayorías de que el Perú avanza gracias a él.
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Como todos los alardes narcisistas, sus niveles de conexión son muy bajos. Ese es el problema con los discursos egosintónicos.
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Al no tener fisuras, es imposible identificarse y más bien provocan frustración y rechazo.
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Salvo, por supuesto, en quiénes dependen de él para su supervivencia, los que no tienen otra opción que vanagloriarlo: ¡Alan sí puede (mantenernos en el botín estatal)!
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Los relatos egosintónicos en psicopatología son aquellos en los que se carece de conciencia de enfermedad.
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Es el alcohólico que dice tener el trago bajo control o el violento que afirma estallar solo cuando los demás lo fuerzan.
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Maradona, cuando “analizaba” ante la prensa la paliza que les propinó Alemania, dijo que ellos –los argentinos– les dieron ideas y los alemanes las aprovecharon (¡). Lo contrario es el mensaje egodistónico, cuando se admite estar en dificultades y se pide ayuda. Esto constituye un mejor indicador y pronóstico para el vínculo terapéutico.
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Pero cuando el Presidente dice que la inseguridad es un problema de coordinación entre la policía y los municipios, mientras mantiene a un ministro como Salazar, quien acaba de afirmar que la moral de la policía está al tope, la negación de la realidad es flagrante.
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Cuando menciona el gravísimo problema de corrupción, pero no dice que en los mayores escándalos está comprometido su gobierno, no hay cómo ignorar la desmentida en curso.
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Cuando no menciona la tragedia de Bagua y los riesgos de la extracción en la Amazonía, sentimos que solo quiere referirse a lo que exalta su imagen.
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Hay avances en el Perú, sobre todo en economía, pero esto es mérito del sector privado, cuya preocupación no es aumentar los salarios, como es obvio.
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Somos un mercado frágil y dependiente, con muchas personas abandonadas.
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La gran corrupción gubernamental hace que el crecimiento económico se torne injusto, porque el Estado abdica de sus obligaciones con los desposeídos.
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Lo que García no entiende es que si hablara sin tapujos de sus fallas, sus cifras sobre pobreza y analfabetismo serían verosímiles. Pero esto, decía Monsiváis, es pedirle peras al alma.
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Su fijación con la gloria –el poder ya lo tiene– es tal que ni él mismo distingue cuando exagera, calla, tergiversa o miente. Luego se indigna cuando se lo señalamos y nos trata de quejosos y acomplejados. ¿No será una voz interior la que intenta silenciar?

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